lunes, 10 de diciembre de 2012

La casa donde habito y vivo.

Hoy, día 8 de Diciembre, me he levantado especialmente triste. He tenido un sueño que me ha dejado tocada, muy tocada, casi hundida. Me he despertado, sin muchas ganas, y lo primero que he pensado  es que era el cumpleaños de mi sobrino, Andrés, el Santo de la Inmaculada y Fiesta. Lo primero que he hecho, una vez que he desayunado, ha sido felicitar a mi sobrino, ya es mayor de edad. Un poco más tarde entro en facebook y leo el estado de un amigo. Lo que ha escrito me conmueve de una manera intensa y profunda y me hace sentir una envidia sana, a pesar de todo, por el amor auténtico y sincero hacia una persona de nombre, Inmaculada. Mis ojos se han nublado amenazando lluvia. Han sido dos momentos, en esta mañana, en donde he visto, que no sentido, mucho amor. Mi sobrino cumple años al lado de su padre, mi hermano, que sufre y padece una grave enfermedad en el hospital. Y mi amigo, de facebook, echa de menos a la persona amada el día de su Santo. Mi sueño, que no lo voy a compartir, era como un grito desesperado por sentirme querida, aceptada y amada como mi sobrino siente por su padre y mi amigo por su Inmaculada.
He salido a la calle y he cerrado mi casa. Cuando iba andando y pensando en mi sueño, en mi sobrino y en mi amigo, me he preguntado: Tú sientes un amor así?. Lo primero que se me ha venido a la cabeza ha sido mi casa, mis cosas, mi lugar, mi sitio. Cuando entro en mi casa, en la que vivo y habito ahora (he vivido en muchas), siento calor, que me acoge y cada cosa que hay en ella me hace sentir segura. Es como si me hablara y me dijera: tranquila, ya estás en casa. Cada rincón, puerta y ventana, mi suelo, mis sábanas y mi ropa, me amaran, me aceptaran y yo a ellas. Le hablo, y cada vez que salgo y cierro la puerta, la miro y le digo: cuídate que tengo que volver. Lo que quiero decir, es que yo no siento nada parecido al amor de mi sobrino y al de mi amigo, en este momento, y tampoco creo que alguien lo haya sentido por mí, aunque siempre lo haya deseado. Pero sí está mi casa que, de alguna manera, me hace sentir así. Cada cosa que hay en ella la acaricio, la mimo, la cuido. Es como si no quisiera hacerle daño. Si algo se rompe, sufro como si algo se rompiera en mí. Le hablo y la escucho. A veces siento que mi casa me da mucho más amor que las personas. Mis libros, mis cuadernos, mi ordenador, los toco, los miro y los siento míos. Si alguien los usa es como si abusaran de mí. Mi casa me cuida igual que la cuido yo. He vivido en muchas a lo largo de mi vida, pero nunca había sentido lo que siento por y en ésta. Me pueden llamar egoísta, quizá lo sea. Me dicen que sólo pienso en mí, quizá sea verdad. Pero yo sé que lo único que intento es sobrevivir.


2 comentarios:

  1. Nunca se es egoista si no haces daño a nadie al buscar tu felicidad. Esa es la unidad de medida que debes utilizar.

    Nuestra falta de egoismo es lo que hizo que se aprovechasen de nosotros, y cuando nos sentimos egoístas, tan solo es el reflejo, el eco de una orden que nos dieron hace mucho, mucho tiempo: "no tienes derechos, me perteneces"

    Y sí tenemos derechos, nos pertenecemos a nosotras mismas, y a nuestro entorno, que nos cuida y al que cuidamos. Sin daños.

    Un abrazo, me ha encantado tu reflexión.

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  2. Gracias!. He vuelto a leer esta entrada después de dos años y me ha encantado.

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